Tres chicas se sientan en una mesa de bar y calientan sus manos alrededor de la taza de cacaolat caliente (a falta de tazones de colacao con azúcar y leche hirviendo, buenos son los sucedáneos que te hacen sentir como un niño que merienda chocolate por las tardes). La tercera que es la última en llegar pero en realidad es la segunda y la primera en perseverancia, se sienta al mismo tiempo que pregunta: «¿Y qué os contáis?». La primera, que es la primera porque desde bien pequeña parapeta y parapeta, dice «Aquí estamos, hablando de la vida». En realidad, no está muy claro que hablen de la vida, si por vida no se entiende lo repelente que puede llegar a ser el encontrarte un excremento canino en el buzón de tu casa. No, definitivamente, eso no es la vida.
Después, no se sabe muy bien cómo, se enzarzan en hablar de horarios, deberes, de lo genial que sería apuntarse a clases de baile, del partido del sábado, de la propuesta del jefe y de lo cara que está la gasolina y de «esoyoyalodijeantes». Y la tercera, que es la tercera porque llegó la última y porque eso significa ser la pequeña, las escucha mientras piensa que la vida sin la primera ni la segunda sería infinitamente peor que un excremento canino en el buzón de tu casa. No, definitivamente, eso no sería vida.