Le pendía una cuerda. No sabía discernir, todavía, si se trataba de la misma que colgaba del techo o, por el contrario, del nudo marinero que subía y bajaba por la garganta.
Empezó a sentirla un lunes, tras zamparse los 200 gramos de spaghettis reglamentarios. Dieta obliga. La notó bajar sin apenas dar importancia al hecho de que un nudo se le formara al tragarla. Consideró entonces que, como los lunes, todo era cuestión de cantidad salival. Cuanto más segregues, menos tardarás en digerirla. Y así fue como tragó y tragó hasta creer que el nudo se había depositado en su estómago. Allí pronosticó se revolvería en otros jugos hasta confundirse con una bolsa informe.
Después, todo fueron nudos, salivas, nudos. Y se cansó y no luchó por hallar el comienzo de su ahogo. Alguien le diría después que la cuerda era de trigo tricolor.